"Quiza uno de los tantos motivos por el que nos fascina el juego de ajedrez - tan parecido a la vida, tiene que ver con que después de jugada la partida (una vez ya ganada, perdida o dejada en tablas) nos podemos devolver a analizar las variantes: si hubieramos retrocedido ese caballo, al final de la apertura, postergado uno o dos movimientos el enroque, si al mover el álfil nos hubieramos apoderado de cierta posición en el centro dle tablero, quizá nuestra suerte no habría sido tan aciaga y sería el negro quien se hubiera condenado ineluctablemente a la derrota. El análisis de las variantes es un ejercicio interminable y lleno de encanto porque el rumbo del juego se modifica siempre, por poco que cambien nuestras decisiones, pue suna variación tan leve como mover el peón uno o dos escaques puede significar la muerte o el empate. En una partida de ajedrez, como en la vida, no se puede rectificar; pero una vez jugada la partida, se puedene analizar las variantes. La literatura analiza las variantes de la vida.
Volvamos al problema de no ser el que pudimos haber sido. Todos nos preguntamos lo que hubiera sido de nuestra vida si aquella vez hubieramos aceptado ese trabajo, si hubieramos seguido el impulso de aquel primer beso que no llegó a la cama ni mucho menos al altar. Si en el ajedrez todo parece obedecer al cálculo y a la voluntad, en la vida tenemos la sensación de que también intervino el destino y el azar. En nuestra manera de entender cómo se construyen o desarrollan nuestras vidas creo que hay tres actitudes diferentes que hablan mucho de nuestro talante y del peso que le damos a la libertad:
La primera actitud es la de los deterministas, que creen en el destino, en el hado, en la predestinación (o en la genética inflexible de nuestras más hondas inclinaciones, esa especie de psicología protestante que ahora se impone en los paises anglosajones). La segunda es la de los azarosos, que creen que todo aquello que nos pasa al cabo de los años no está gobernado por nuestra elección, sino por el azar, por esa serie de muy improbables casualidades que llamamos vida. Y la tercera es la de los voluntariosos, es decir, la de aquellos que creen en la voluntad con may´ñusculas, y en nuestra capacidad de dirigri nuestras vidas como palinuro dirigía el barco de Eneas por entre las olas dle mediterraneo, a puerto seguro contra viento y marea, slavo alguna tormenta fatídica.
El destino (genético o divino), el azar o la voluntad. Cuando se tiene la sensación de detsino, no podemos admitir otrso ex futuros, pues todo en la vida estaría a ser lo que somos, y no habría otro camino ni otro resultado posible. Las personas exitosas (lo mismo que sus biógrafos), en especial, suelen creer que su presente habñia sido anunciado de un modo premonitorio en cada acto, palabra y omisión de sus vidas. El garabato infantil anunciaba al gran pintor, el balbuceo en el colegio era el prólogo obvio dle escritor, el juego del médico para tocar a la prima anunciaba sin dudas al eminente cirujano. Con el azar, nuestros yos futuros dependen de mera casualidad. Hay quienes se ven como veletas empujadas en cierta dirección solamente por el capricho de los vientos. Soy escritor porque un día me encontré en un café con el editor Equis; sin ese encuentro seguiría siendo ganadero. Con la fé en la voluntad, al contrario, la que prefieren los manuales de autoayuda, creemos que al menos en parte gobernamos nuestro destino, que querer es poder, que nos ponemos metas incluso inalcanzables y las conseguimos, y también que al elegir, cerramos consiente y deliberadamente otras vidas y nos metemos por una única posible.
En las relaciones sentimentales esto se manifiesta con mucha claridad. Las novias, los amoríos, las esposas o amantes que hemos tenido, ¿nos escogieron o las escogimos por una misteriosa fuerza irresistible, fueron fruto del azar, o nos las impusimos como un acto de voluntad? Quien no ha pensado que bastaría no haber ido a tal fiesta, a tal paseo, a tal restaurante (como en algún momento pensamos hacer) para no haber conocido jamás a la persona que nos arregló o nos arruinó la vida. Eso es creer que el azar construye un futuro y destruye varios exfuturos. Hay quienes piensan que existe la mitad perdida de la que habla Platón en su diálogo sobre el amor, que alguien o algo nos la pone en el camino, y que sólo a esa mitad estábamos detsinados. Como en el poema de López Velarde: "¿Existirá? !Quien sabe! / Mi instinto presiente; / dejad que yo la alabe/ previamente". Quien no la encuentra errará por el mundo hasta la muerte, como un alma en pena incompleta. Otros más consideran que creemos elegir, pero que la economía, la biografía, las experiencias infantiles o los mismos genes nos llevan a escoger; sino a una en particular, sí al menos a una persona de determinadas características. Que somos fanáticos comunistas o fanáticos facistas, fanáticos ateos o fanáticos teístas, porque nacimos con genes de fanáticos. Los que se creen dueños de su voluntad dirían que ellos escogieron exactamente lo que querían, lo que estaba en sus planes encontrar, que uno es el "arquitecto de su propio destino", como en el verso cursi de Amado Nervo.
No tengo sobre esto ninguna conclusión, sino una hipótesis que, por mi talante conciliador, sigue un camino intermedio. Yo creo que escojo, según las cartas que me reparte el azar, siguiendo un programa genético (mi carácter) y cultural (mis experiencias), con una aparente decisión de la voluntad, que en realidad no es más que la justificación, a posteriori, de lo que no decidió solo mi cabeza, sino sobre todo mi intuición. Al elegir (elegir es descartar), sin embargo, veo pasar los despojos de los yos que pude haber sido, unos yos que eran tan reales y tan probables como el que yo soy. Soy este, pero tengo la firme convicción de que pude haber sido otro, otros.
* Fragmento de Traiciones de la memoria / Ex futuros de Héctor Abad Faciolince