En el principio sólo era Tzolzin, el colibrí mensajero del sol, una maga en forma de ave que a su paso iba creando el mundo, su mundo. Un espacio mágico para volar, donde podía crear colores deslumbrantes y llenar el ambiente de olores y sabores que le endulzaban los días; así pasaron los años y la magia y sus creaciones distraían a la colibrí con sus símbolos y rituales.
Y sucedió que la tierra cambió, el mundo se tornó áspero y en un abrir y cerrar de ojos el mundo tembló y se transformó; ella vio como de pronto los colores hermosos de sus flores se opacaban y los silfos del viento dejaron de hablarle y con los días entró en este nuevo mundo y su dinámica; poco a poco los encantamientos la olvidaron de su magia y sus hechizos no se oyeron más; sin consciencia fue obligada a vivir en una tierra sin luz.
No obstante en algunas noches, las aguas tranquilas del lago parecían espejos para las estrellas que intentaban hablarle de otros días y con su resplandor le contaban historias que eran irreales para ella, pero que en su corazón reconocía. Estos destellos de luz se apagaban fácilmente y la abandonaban para dejarla sumida en la nostalgia infinita sin saber los por qués.
Se dice que su vida no fue infeliz aunque desconociera su real identidad y poder, su espíritu limpio se encargaba de iluminar los días y anduvo por la tierra con destellos de esta luz que algunos seres visualizaban y se encantaban con el resplandor.
Camino desprevenida por los bosques y encontró lo que creía amor innumerables veces, cada vez acercándola de a poco a la infinidad de lo que ya había olvidado, con cada gota de amor su corazón se regocijaba y su sonrisa la transportaba por segundos al origen.
Así fue creciendo y lentamente se acercaba al punto donde lograba sentirse completa. Vivió muchas historias que en medio del llanto también la hicieron resplandecer de alegría y en medio de las sombras la iluminaban.
En la confusión y la oscuridad, nació un nuevo amor y aunque el silencio cubría el mundo, este logró que las palabras resonaran muy dentro de ella y la hicieran vibrar; con este nuevo amor llegaron nuevos encantamientos que la hicieron sentir a gusto y en un lugar seguro, bajo un gran árbol que sin duda le daba protección y amor. Por mucho tiempo ella habitó allí, danzando bajo su sombra, dibujando en los atardeceres para su amado y sonriendo de felicidad creyéndose poseedora de la plenitud; pero los días siguieron corriendo y en su corazón se posaba cada vez más fuerte una incertidumbre. Algo muy adentro la persuadía de continuar sus caminos y le predecía misterios por descubrir y aunque no se lamentaba por las ofrendas y amor entregado sin decidirlo conscientemente se dejó llevar por las palabras que la llamaban desde adentro.
Los encantamientos del mundo, la ensoñación y el olvido la habían mantenido alejada del curso de los ríos y la renovación y el fluir constante de sus aguas, esta lejanía de lo natural, de lo universal y de su magia interior la mantuvieron en las sombras que cada vez le robaban la poca luz que lograba aflorar.
Una tarde, esferas de luz atravesaron el cielo y con ellas una hermosa estrella de infinita luz le recordó al instante la magia de los inicios y sin saberlo, reconoció en la estrella su igual. El amor por el mundo se transmutó y empezó a vivir intensamente cada segundo, su espíritu floreció y el dulce néctar de la vida sació su sed; prontamente su amor creció desmesuradamente y lograba fácilmente devolverla a sus raíces, la hacía vibrar con los símbolos que le contaban historias y los ritos que los acercaban.
Cuentan que estos fueron días de infinita felicidad y que el mundo sentía los efectos, que el tiempo empezó a confabular con los reencuentros constantes y sucedió que juntos encontraron una montaña sagrada; escondida a la vista del mundo y que aguardaba por ellos, un lugar desde donde podían tocar las estrellas, un lugar rodeado de jardines con frutos de hermosos colores que los alimentaban, allí siguieron el vuelo de las aves y los sonidos que les hacían evocar voces internas y otras voces más antiguas les llegaban desde los árboles que los cobijaban con sus sombras; y de las rocas les llegaban palabras que eran oráculos que los dejaban en medio de cavilaciones y reflexiones profundas.
Así pasó el tiempo y no se supo cuanto fue en horas o días mortales; caminaron juntos por la montaña sagrada y fueron uno con el viento que los recorría, fueron uno con los seres del bosque que los saludaban al paso, fueron uno con el agua y las ondinas que las habitaban; esas aguas que alguna vez intentaron mostrarle a ella el reflejo de estrellas que resplandecían deslumbrantemente.
Transcurrió mucho tiempo y estos seres se fundían cada vez más el uno en el otro, sus luces se confundían y también se confundían los orígenes de sus palabras y de sus pensamientos; cada sentir era compartido.
Por motivos que no llegaron a saberse con certeza continuaron sus caminos en rutas opuestas. Pero estas distancias no importaron y cada día se entregaban todo de sí, cosas que ni sabían que tenían y al parecer solo estaban esperando el reencuentro, joyas que estaban guardadas para el otro desde siempre; crearon juntos mundos de colores, y cada elemento y cada ser del universo se hizo cómplice; las salamandras iluminaban para permitirles jugar con las sombras de sus luces, con este fuego formaban también humo que volaba en espirales y los transportaba; los gnomos labraban rocas con formas únicas, llenas de fe y simbologías que ponían a propósito en los caminos que ambos andaban; los silfos se encargaron de comunicar cada pensamiento, sentimiento y evocación a través de las distancias y a través del viento llevaban los toques de los tambores y las dulzainas a los oídos del otro comunicando los sentires. Las estrellas descubiertas ya de su velo y de los espejismos contaban cada día las historias del otro en la lejanía y hablaban de las tristezas o alegrías según su resplandor.
Ahora bien, mientras todo esto pasaba, el mundo continuaba sumido en los espejismos y la sombra de la desmemoria se apoderaba de los seres que ellos también amaban; y estaba en sus espíritus no ser ajenos a estos llamados y aunque se hubieran reencontrado, aunque se sintieran completos como nunca antes y sintieran una alegría desbordante en sus corazones, la infinita luz y amor que desplegaba cada cosa en el universo, se debía convertir en la bandera de sus destinos, de sus caminos que se alejaban. Cada uno tenía batallas que librar para romper cadenas; cada uno tenía historias que contar para romper con sus palabras hechizos, ahora se convertían en embajadores de lo mágico y con su vida debían dar cuenta del universo y su inmensidad; del universo y su conspirar; para que estuvieran juntos todavía hacía falta que cumplieran sus promesas, que honraran sus palabras; debían recorrer caminos que con amor forjarían y bajo el sol crearían jardines de inigualables colores para que al caer la noche cada respiro se convirtiera en una ofrenda y cada sueño en un contacto místico.
Sin vacilar aceptaron sus destinos porque entendían su importancia, sabiéndose poseedores de una inigualable riqueza tomaron fuerzas, ninguna joya o metal precioso igualaba lo que ya tenían y se sentían privilegiados por ello. Eran conscientes de que sus destinos los llevarían a que sus luces y magias internas crecieran y que la separación sería breve comparado a lo que ya habían esperado. Sabían también que vendrían angustias con los caminos que decidían pero fueron fuertes para resistir a las imposiciones, a los cantos de hechiceros o a las ocultaciones; fueron fuertes y resistieron al tiempo, por que este era su aliado y se llenaron de confianza por la libertad y la distancia pues sus voces en sueños los alentaban a continuar.
Se dice que después de algún tiempo se encontraron nuevamente, no se sabe cómo pero cuentan que el destino unió sus caminos de algún modo y aunque bajo nuevas formas y con historias miles en sus haberes se reconocieron sin titubear. Aunque sus rostros habían cambiado, el brillo de los ojos continuaba intacto y sus cuerpos vibraron al oír las voces que escuchaban cada noche en los sueños.
Durante mucho tiempo solo se miraron y solo así se contaron cada una de sus andanzas, narraron cada uno de los peldaños que escalaron; sin palabras contaron las batallas, las murallas derribadas y las muertes de sus propios demonios, se hablaron de las innumerables lágrimas derramadas en las ausencia y de la compañía constante, de la presencia en la ausencia. Se contaron las hazañas en sus mundos y por fin sus corazones pudieron latir de nuevo llenos de regocijo bajo el cielo de estrellas. Se hablaron de la belleza y de la oscuridad de esos días sin el otro y ya sin promesas ni misiones que cumplir y tranquilos por haber asumido sus destinos caminaron hacía la montaña sagrada y ya allí, fueron saludados por el viento que agitaba fuertemente las hojas de los árboles y por la luna que iluminaba los senderos.
Se cuenta entonces que nunca más bajaron de la montaña y que se convirtieron en sus guardianes y de la magia que allí habita, portando como lo más precioso a un amor atemporal que nada destruye.
Y sucedió que la tierra cambió, el mundo se tornó áspero y en un abrir y cerrar de ojos el mundo tembló y se transformó; ella vio como de pronto los colores hermosos de sus flores se opacaban y los silfos del viento dejaron de hablarle y con los días entró en este nuevo mundo y su dinámica; poco a poco los encantamientos la olvidaron de su magia y sus hechizos no se oyeron más; sin consciencia fue obligada a vivir en una tierra sin luz.
No obstante en algunas noches, las aguas tranquilas del lago parecían espejos para las estrellas que intentaban hablarle de otros días y con su resplandor le contaban historias que eran irreales para ella, pero que en su corazón reconocía. Estos destellos de luz se apagaban fácilmente y la abandonaban para dejarla sumida en la nostalgia infinita sin saber los por qués.
Se dice que su vida no fue infeliz aunque desconociera su real identidad y poder, su espíritu limpio se encargaba de iluminar los días y anduvo por la tierra con destellos de esta luz que algunos seres visualizaban y se encantaban con el resplandor.
Camino desprevenida por los bosques y encontró lo que creía amor innumerables veces, cada vez acercándola de a poco a la infinidad de lo que ya había olvidado, con cada gota de amor su corazón se regocijaba y su sonrisa la transportaba por segundos al origen.
Así fue creciendo y lentamente se acercaba al punto donde lograba sentirse completa. Vivió muchas historias que en medio del llanto también la hicieron resplandecer de alegría y en medio de las sombras la iluminaban.
En la confusión y la oscuridad, nació un nuevo amor y aunque el silencio cubría el mundo, este logró que las palabras resonaran muy dentro de ella y la hicieran vibrar; con este nuevo amor llegaron nuevos encantamientos que la hicieron sentir a gusto y en un lugar seguro, bajo un gran árbol que sin duda le daba protección y amor. Por mucho tiempo ella habitó allí, danzando bajo su sombra, dibujando en los atardeceres para su amado y sonriendo de felicidad creyéndose poseedora de la plenitud; pero los días siguieron corriendo y en su corazón se posaba cada vez más fuerte una incertidumbre. Algo muy adentro la persuadía de continuar sus caminos y le predecía misterios por descubrir y aunque no se lamentaba por las ofrendas y amor entregado sin decidirlo conscientemente se dejó llevar por las palabras que la llamaban desde adentro.
Los encantamientos del mundo, la ensoñación y el olvido la habían mantenido alejada del curso de los ríos y la renovación y el fluir constante de sus aguas, esta lejanía de lo natural, de lo universal y de su magia interior la mantuvieron en las sombras que cada vez le robaban la poca luz que lograba aflorar.
Una tarde, esferas de luz atravesaron el cielo y con ellas una hermosa estrella de infinita luz le recordó al instante la magia de los inicios y sin saberlo, reconoció en la estrella su igual. El amor por el mundo se transmutó y empezó a vivir intensamente cada segundo, su espíritu floreció y el dulce néctar de la vida sació su sed; prontamente su amor creció desmesuradamente y lograba fácilmente devolverla a sus raíces, la hacía vibrar con los símbolos que le contaban historias y los ritos que los acercaban.
Cuentan que estos fueron días de infinita felicidad y que el mundo sentía los efectos, que el tiempo empezó a confabular con los reencuentros constantes y sucedió que juntos encontraron una montaña sagrada; escondida a la vista del mundo y que aguardaba por ellos, un lugar desde donde podían tocar las estrellas, un lugar rodeado de jardines con frutos de hermosos colores que los alimentaban, allí siguieron el vuelo de las aves y los sonidos que les hacían evocar voces internas y otras voces más antiguas les llegaban desde los árboles que los cobijaban con sus sombras; y de las rocas les llegaban palabras que eran oráculos que los dejaban en medio de cavilaciones y reflexiones profundas.
Así pasó el tiempo y no se supo cuanto fue en horas o días mortales; caminaron juntos por la montaña sagrada y fueron uno con el viento que los recorría, fueron uno con los seres del bosque que los saludaban al paso, fueron uno con el agua y las ondinas que las habitaban; esas aguas que alguna vez intentaron mostrarle a ella el reflejo de estrellas que resplandecían deslumbrantemente.
Transcurrió mucho tiempo y estos seres se fundían cada vez más el uno en el otro, sus luces se confundían y también se confundían los orígenes de sus palabras y de sus pensamientos; cada sentir era compartido.
Por motivos que no llegaron a saberse con certeza continuaron sus caminos en rutas opuestas. Pero estas distancias no importaron y cada día se entregaban todo de sí, cosas que ni sabían que tenían y al parecer solo estaban esperando el reencuentro, joyas que estaban guardadas para el otro desde siempre; crearon juntos mundos de colores, y cada elemento y cada ser del universo se hizo cómplice; las salamandras iluminaban para permitirles jugar con las sombras de sus luces, con este fuego formaban también humo que volaba en espirales y los transportaba; los gnomos labraban rocas con formas únicas, llenas de fe y simbologías que ponían a propósito en los caminos que ambos andaban; los silfos se encargaron de comunicar cada pensamiento, sentimiento y evocación a través de las distancias y a través del viento llevaban los toques de los tambores y las dulzainas a los oídos del otro comunicando los sentires. Las estrellas descubiertas ya de su velo y de los espejismos contaban cada día las historias del otro en la lejanía y hablaban de las tristezas o alegrías según su resplandor.
Ahora bien, mientras todo esto pasaba, el mundo continuaba sumido en los espejismos y la sombra de la desmemoria se apoderaba de los seres que ellos también amaban; y estaba en sus espíritus no ser ajenos a estos llamados y aunque se hubieran reencontrado, aunque se sintieran completos como nunca antes y sintieran una alegría desbordante en sus corazones, la infinita luz y amor que desplegaba cada cosa en el universo, se debía convertir en la bandera de sus destinos, de sus caminos que se alejaban. Cada uno tenía batallas que librar para romper cadenas; cada uno tenía historias que contar para romper con sus palabras hechizos, ahora se convertían en embajadores de lo mágico y con su vida debían dar cuenta del universo y su inmensidad; del universo y su conspirar; para que estuvieran juntos todavía hacía falta que cumplieran sus promesas, que honraran sus palabras; debían recorrer caminos que con amor forjarían y bajo el sol crearían jardines de inigualables colores para que al caer la noche cada respiro se convirtiera en una ofrenda y cada sueño en un contacto místico.
Sin vacilar aceptaron sus destinos porque entendían su importancia, sabiéndose poseedores de una inigualable riqueza tomaron fuerzas, ninguna joya o metal precioso igualaba lo que ya tenían y se sentían privilegiados por ello. Eran conscientes de que sus destinos los llevarían a que sus luces y magias internas crecieran y que la separación sería breve comparado a lo que ya habían esperado. Sabían también que vendrían angustias con los caminos que decidían pero fueron fuertes para resistir a las imposiciones, a los cantos de hechiceros o a las ocultaciones; fueron fuertes y resistieron al tiempo, por que este era su aliado y se llenaron de confianza por la libertad y la distancia pues sus voces en sueños los alentaban a continuar.
Se dice que después de algún tiempo se encontraron nuevamente, no se sabe cómo pero cuentan que el destino unió sus caminos de algún modo y aunque bajo nuevas formas y con historias miles en sus haberes se reconocieron sin titubear. Aunque sus rostros habían cambiado, el brillo de los ojos continuaba intacto y sus cuerpos vibraron al oír las voces que escuchaban cada noche en los sueños.
Durante mucho tiempo solo se miraron y solo así se contaron cada una de sus andanzas, narraron cada uno de los peldaños que escalaron; sin palabras contaron las batallas, las murallas derribadas y las muertes de sus propios demonios, se hablaron de las innumerables lágrimas derramadas en las ausencia y de la compañía constante, de la presencia en la ausencia. Se contaron las hazañas en sus mundos y por fin sus corazones pudieron latir de nuevo llenos de regocijo bajo el cielo de estrellas. Se hablaron de la belleza y de la oscuridad de esos días sin el otro y ya sin promesas ni misiones que cumplir y tranquilos por haber asumido sus destinos caminaron hacía la montaña sagrada y ya allí, fueron saludados por el viento que agitaba fuertemente las hojas de los árboles y por la luna que iluminaba los senderos.
Se cuenta entonces que nunca más bajaron de la montaña y que se convirtieron en sus guardianes y de la magia que allí habita, portando como lo más precioso a un amor atemporal que nada destruye.
9 de abril de 2010, 9:29 Este comentario ha sido eliminado por el autor.