Ha pasado un día entero y aún no
ha sentido en su boca el dulce sabor de alimento alguno. Prefiere pensar en
otra cosa, embolatar el hambre, en eso se ha vuelto experto. Piensa que no será
la primera ni la última vez que toque su cama sin haber comido; por eso tiene
la convicción que este mundo desigual necesita cambiarse. Cierra los ojos y
trata de enfocarse en el ahora, en sus tareas; esas con las que cree logrará
una sociedad sin clases ni privilegios para unos pocos. Pero las fuerzas se van
acabando, la agonía en el estómago se hace más fuerte y aunque las convicciones
se mantienen firmes, el instinto de sobrevivencia lo mueve.
Un guerrero más dimite de la lucha
por un mundo nuevo, una victoria más del capitalismo y las políticas
neoliberales que usan el hambre y la pobreza como estrategia de guerra, un
opositor más callado, coptado, por que necesita sobrevivir.
La estrategia funciona. Cómo
hacer la revolución cuando hay hambre, cómo cambiar este mundo cuando ese mundo
nos mantiene al filo de la muerte? Y para los demás, para los que no tienen
hambre y tienen el privilegio de comer, quienes no alcanzan a imaginar ni vivir
la pobreza que aqueja a más de la mitad de la población, su mundo no necesita
ninguna transformación. O acaso pueden solidarizarse por un mundo igual para
todos? Sin privilegios, con equidad?